Por Simón Cazal (Sense Edicion 1, Español, Septiembre)
Cuando me preguntaban ¿qué es la intimidad?, hasta hace poco tiempo, lo primero que me saltaba a la mente era decir: “Yo disfruto mucho de la intimidad entre varones, en especial cuando se trata de un varón cercano a mi”. Pero a medida que repaso mi historia personal y mis propias convicciones, me encuentro frente al abismo que hay entre el concepto de intimidad que tenía y la que me ha tocado vivir.

Esto evidencia un punto muy importante para mí: como hombre muchas veces le tuve miedo a la intimidad, a esa intimidad que implica dejar caer las barreras entre uno mismo y “el otro”. Le temía porque esa intimidad que disfruto y deseo, es señalada como negativa o prohibida. Ser íntimo con alguien puede llevarme a descubrir lo que siento y mostrarle a alguien más ese sentimiento que tanto esfuerzo he puesto en ocultar. Lo he ocultado, no por opción, sino por imposición: primero de mi familia, más tarde de mi escuela y finalmente de mi trabajo.
"El sentido de la intimidad que yo conocía antes pasaba únicamente por compartir (o no) un orgasmo en presencia de algún cuerpo más".
A pesar de esta opresión, yo disfruto mucho esas pequeñas muestras de afecto que me da mi compañero. Disfruto el roce de la barba, un brazo que me envuelve para dormir, una mano que me sostiene mientras camino, las conversaciones intensas que se dan solo con los ojos. Me doy cuenta de que para lograr esa conexión tuve que vencer muchas barreras que en mi interior me desconectaban de varias emociones, entre ellas el placer que se puede disfrutar solamente cuando te conectas con alguien más.
La intimidad entre hombres, atemorizante al ser desconocida, se había vuelto en mi historia un ingrediente ya no sólo deseable, sino indispensable para encontrar placer al momento de conectarme con alguien.
Dar cuenta de este proceso propio, me llevó a reflexionar acerca de la implicancia que ese miedo había tenido en mi comportamiento, arriesgándome en no pocas ocasiones, a no usar condón en un encuentro sexual. El miedo a romper la frágil “intimidad” que había logrado conseguir con ese desconocido casual que compartía mi ansia, me reprimía la básica medida de protección que se supone, como activista, debería hacer parte de mi vida.
El sentido de la intimidad que yo conocía antes pasaba únicamente por compartir (o no) un orgasmo en presencia de algún cuerpo más. Después de reflexionar sobre mi historia, el sentido de mi intimidad dejó de ser meramente genital para convertirse en una serie de sensaciones, de sentidos, entrelazados pero independientes: sentir seguridad, confianza, afecto; sentirse amado, correspondido; sentir el cuerpo cálido de alguien amado; sentir los ojos, las manos; sentirse cercano a alguien más, son definitivamente el mapa del nuevo sentido sobre el que me animaría a escribir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario