Colaboración: Annie Salas Soto
Aunque la ciencia aún no brinda una solución definitiva en esta materia, el amor da un paso adelante en favor de quienes deben vivir como portadores del virus y juegan un papel clave para evitar su propagación
Daniela (nombre ficticio) pensó que no volvería a tener una relación sentimental de nuevo, después de que se enteró de que debía vivir con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), justo cuando su esposo estaba muriendo a consecuencia de una infección asociada al Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Pero a los años de asumir su estado de viudez, conoció a Armando (su nombre también ha sido cambiado), quien quedó prendado de su personalidad casi de inmediato.
Al principio, Daniela pensó que por más que ella estuviera igualmente interesada en tener un vínculo amoroso con Armando, éste podría rechazarla por tener el virus en su sangre. Así que decidió apresurarse a hablarle del tema. Para su sorpresa, pudieron más todas las cualidades que Armando vio en ella y todo lo que ella le inspiraba. Hoy, ambos ya llevan tiempo juntos y tienen muchos planes en común. Daniela sigue con esmero su terapia antirretroviral, por ella y por Armando, cuya presencia y proyecto de vida aumenta día a día su entusiasmo por seguir viviendo. Entre tanto, Armando, quien no ha contraído el virus, sigue sintiéndose feliz de tener en su vida a Daniela. Ambos mantienen su interés por estar informados acerca del VIH, así como por ser muy responsables y cuidadosos con su salud. Mientras eso sucede con Daniela y Armando, Juan Manuel (se preserva su verdadera identidad) está que estalla de la felicidad porque Margarita (obviamente ese no es su nombre), a quien conoció hace ya algún tiempo en un encuentro de personas que viven con VIH en la ciudad de Monterrey, aceptó casarse con él. Juan Manuel y Margarita se adoran y tienen mucho en común, más allá de usar el mismo tratamiento antirretroviral.
Historias como éstas no sólo son más frecuentes de lo que algunas personas pueden imaginar, son comunes para quienes conocen el día a día de las personas que viven con VIH, aunque lo habitual sea que no sean revelados los rostros de quienes las protagonizan, porque a tres décadas de darse la noticia acerca de la existencia del VIH, todavía la ignorancia, el miedo, el estigma y la discriminación siguen estando allí, provocando la muerte social de quienes tienen el virus y obstaculizando los esfuerzos hechos para informar y evitar su transmisión. Aquí se puede ser testigo de que el amor puede romper todas las barreras en el tema del VIH.
El ejemplo es claro y se puede encontrar en muchas partes, de cómo personas que no viven con el virus han superado el miedo, porque pudo más ese sentimiento maravilloso que cualquier otra cosa. Muchas veces la gente, que no se da por aludida con respecto a este asunto, olvida que para adquirir el virus sólo basta con estar en edad reproductiva y productiva. Es importante recordar que podría tratarse de cualquiera. Podría ser uno mismos, un ser querido o una persona muy allegada. Recordar esto hace que la gente pueda ser más consciente con respecto al virus y reduce la estigmatización hacia quienes presentan esta condición.
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