Por Elíseo Juarez (Gay Mexico)
La Homofobia es un prejuicio como cualquier otro que requiere de la ignorancia para promover el temor y el odio hacia las personas homosexuales:
De pena ajena. La semana pasada, Emilio González, gobernador de Jalisco, comentó, durante la segunda Cumbre Iberoamericana de la Familia, que no le ha "perdido el asquito" a los matrimonios entre personas del mismo sexo y que para él esta institución se debe llevar a cabo exclusivamente entre un hombre y una mujer. Estas palabras, dichas por lo visto sin pensar, pueden crear un gran daño en la sociedad, pero sobre todo --y aquí me centraré en ello-- en los chavos que con muchas dificultades viven hoy en día su orientación sexual y/o su identidad de género.
Cuando leí la nota sobre estas declaraciones no pude evitar sentir, por mi parte, asco por la frase y por el político, entendiendo que la palabra significa una emoción de fuerte desagrado y disgusto. Este sentimiento continuó cuando leí que el cardenal Juan Sandoval Íñiguez señaló que validar el matrimonio entre homosexuales "va en detrimento del concepto básico de familia en México", la cual es "un don divino". Se ve que el arzobispo de Guadalajara no sabe que el término "familia" procede del latín y quiere decir "grupo de siervos y esclavos patrimonio del jefe de la tribu" (o sea que esposa e hijos estaban subyugados a él). Además, este "don divino" tiene una base netamente utilitaria, alejada del amor, porque surgió en las sociedades primitivas para poder crear núcleos que se desplazaran juntos. Los hombres, que salían a cazar, aseguraban con la familia que los hijos fueran suyos y, por ende, su patrimonio no se fuera con el vástago del Juan Plumas de la Edad de Piedra.
Independientemente de este tema, el asunto es que un gobernante de un Estado laico no puede andar haciendo esos comentarios tan a la ligera porque se supone que es su obligación preservar la armonía entre los habitantes, ser incluyente, ver por los derechos humanos, y más bien lo que Emilio González está generando es una terrible homofobia entre aquellos que lo escuchan. Sin darse cuenta de lo grave de sus palabras, podría generar conflictos sociales, enfrentamientos y problemas en el interior de las escuelas, las colonias y hasta las mentadas familias de las que tanto habla.
Porque imaginen cómo repercutirá lo dicho si los padres de un chico homosexual, que apenas salió del clóset, escuchan que su hijo puede dar "asquito". Sabemos, aunque no lo comentamos con la frecuencia necesaria, que en México el machismo sigue imperando y muchos padres tratan de quitarle a punta de golpes esa "desviación" a sus hijos.
"La diversidad afectivo-sexual (es decir, ser heterosexual, gay, lesbiana, bisexual, transexual, intersexual) se debería percibir --sin temores ni prejuicios-- como una riqueza en la que el respeto a la diferencia sea un valor principal, y donde la dignidad de todos y cada uno de los seres humanos sea una prioridad que jamás pueda ser menoscabada", se señala en Diferentes formas de amar. Guía para educar en la diversidad afectivo-sexual, que promueve la Federación Regional de Enseñanza de Madrid. Y aunque pueden decirme "esto es México, no Europa", estos conceptos deberían ser universales, deberían aplicarse en escuelas, barrios, ciudades, familias de todo el mundo.
Uno no puede obligar a nadie a que piense de tal o cual manera, pero sí debería ser una obligación del gobierno el educar en la pluralidad. El gobernador de Jalisco puede estar en contra de las bodas gay, pero que lo exprese de la puerta de su casa hacia adentro (allá él y la manera en que educa a sus hijos en la intolerancia), no delante de un micrófono para que su desagradable comentario aparezca en todos los medios de comunicación.
La homofobia encierra a las personas en roles de género rígidos y estáticos que disminuyen la creatividad y la capacidad de expresión. Impide desarrollar vínculos en la intimidad, limita la comunicación y los vínculos familiares. Empuja a tener encuentros eróticos desajustados para demostrar "lo contrario". Inhibe la capacidad de apreciación de la riqueza en la diversidad.
Hoy en día, cuando tanto se habla del famoso bullying o acoso escolar entre chavos, hay que impedir que esta homofobia crezca en los colegios y los hogares. Numerosos adolescentes LGBTI sufren acoso por parte de sus semejantes a causa de su orientación sexual. Los alumnos que padecen este tipo de abuso en las escuelas o incluso dentro de su propia familia a través de hermanos o primos (no menciono a los padres porque hablamos de agresiones físicas y verbales entre chicos de edades parecidas, pero también se da el caso de que sean los progenitores quienes las provoquen), no se atreven a denunciarlo porque no quieren hacer patente que son víctimas de discriminación. Algunos logran superar los años de acoso, pero otros dejan la escuela, se ausentan de ella con frecuencia o toman medidas tan drásticas como el suicidio. ¿Y es eso lo que quisiéramos para nuestros hijos?
Evocar la homosexualidad en la escuela, en la casa, desde el gobierno no implica que uno sea homosexual ni estar haciendo proselitismo, lo mismo que educar contra el sexismo no es responsabilidad exclusiva de las mujeres ni educar contra la xenofobia es tarea de extranjeros. Todos deberíamos hablar sobre las diferentes orientaciones sexuales sin que nos diera "asquito", sino quitándonos prejuicios y tabúes.
No hay que olvidar que educar es, también, evitar en alumnos, escuchas, público, hijos, nuestros propios prejuicios morales. El respeto a las diferencias es un principio fundamental, y así se debería plantear en la educación de todo niño y adolescente (incluso del adulto que aún no lo ha comprendido). La homosexualidad debería ser vista como otro modo de vida normal, viable, y sería necesario ofrecer modelos positivos de homosexuales con el fin de que aquellos que lo son se reconozcan positivamente como gays o lesbianas o con el fin de aceptarlos como vecinos, colegas, profesores, amigos, padres o hijos.
¿Por qué no, en lugar de hacer comentarios que opongan de forma estéril los términos normal/anormal, el gobernador de Jalisco se pone a leer la obra de E. M. Forster, Virginia Woolf, Oscar Wilde, Jean Cocteau o André Gide, todos ellos homosexuales? ¿Por qué no analiza lo escrito por García Lorca o Kavafis mientras escucha a Tchaikovski para ver si le dan "asquito" las creaciones de estos grandes maestros? Sé que nunca lo hará y ése es uno de los grandes problemas: a muchos les da por menospreciar, por descalificar aquello que no conocen, aquello que no entienden.
Si nuestros hijos aprenden desde pequeños a despreciar aquello que es diferente o que pertenece a una minoría, a burlarse, a señalarlo y rechazarlo, no podremos esperar de ellos respeto cuando seamos ancianos. Tampoco sabrán cómo defenderse o pedir ayuda si en su juventud deciden ser darkies o emos o preppies. Criaremos chicos irrespetuosos con las personas de razas diferentes a la suya, con las mujeres. La educación en la diversidad no puede ser "a la antigüita", sino acorde a los tiempos modernos.
Los invito a que reflexionen al respecto y traten de comprender, si aún no lo han hecho, que la orientación sexual no es una opción y, por lo tanto, no puede ser elegida ni cambiada a voluntad. Aquellos que viven fuera del heterosexismo dominante en nuestro mundo también deben experimentar una vida afectivo-sexual con privilegios como lo es el matrimonio, y con el derecho de crear familias felices, aunque salgan del estereotipo al que estamos acostumbrados.
De pena ajena. La semana pasada, Emilio González, gobernador de Jalisco, comentó, durante la segunda Cumbre Iberoamericana de la Familia, que no le ha "perdido el asquito" a los matrimonios entre personas del mismo sexo y que para él esta institución se debe llevar a cabo exclusivamente entre un hombre y una mujer. Estas palabras, dichas por lo visto sin pensar, pueden crear un gran daño en la sociedad, pero sobre todo --y aquí me centraré en ello-- en los chavos que con muchas dificultades viven hoy en día su orientación sexual y/o su identidad de género.
Cuando leí la nota sobre estas declaraciones no pude evitar sentir, por mi parte, asco por la frase y por el político, entendiendo que la palabra significa una emoción de fuerte desagrado y disgusto. Este sentimiento continuó cuando leí que el cardenal Juan Sandoval Íñiguez señaló que validar el matrimonio entre homosexuales "va en detrimento del concepto básico de familia en México", la cual es "un don divino". Se ve que el arzobispo de Guadalajara no sabe que el término "familia" procede del latín y quiere decir "grupo de siervos y esclavos patrimonio del jefe de la tribu" (o sea que esposa e hijos estaban subyugados a él). Además, este "don divino" tiene una base netamente utilitaria, alejada del amor, porque surgió en las sociedades primitivas para poder crear núcleos que se desplazaran juntos. Los hombres, que salían a cazar, aseguraban con la familia que los hijos fueran suyos y, por ende, su patrimonio no se fuera con el vástago del Juan Plumas de la Edad de Piedra.
Independientemente de este tema, el asunto es que un gobernante de un Estado laico no puede andar haciendo esos comentarios tan a la ligera porque se supone que es su obligación preservar la armonía entre los habitantes, ser incluyente, ver por los derechos humanos, y más bien lo que Emilio González está generando es una terrible homofobia entre aquellos que lo escuchan. Sin darse cuenta de lo grave de sus palabras, podría generar conflictos sociales, enfrentamientos y problemas en el interior de las escuelas, las colonias y hasta las mentadas familias de las que tanto habla.
Porque imaginen cómo repercutirá lo dicho si los padres de un chico homosexual, que apenas salió del clóset, escuchan que su hijo puede dar "asquito". Sabemos, aunque no lo comentamos con la frecuencia necesaria, que en México el machismo sigue imperando y muchos padres tratan de quitarle a punta de golpes esa "desviación" a sus hijos.
"La diversidad afectivo-sexual (es decir, ser heterosexual, gay, lesbiana, bisexual, transexual, intersexual) se debería percibir --sin temores ni prejuicios-- como una riqueza en la que el respeto a la diferencia sea un valor principal, y donde la dignidad de todos y cada uno de los seres humanos sea una prioridad que jamás pueda ser menoscabada", se señala en Diferentes formas de amar. Guía para educar en la diversidad afectivo-sexual, que promueve la Federación Regional de Enseñanza de Madrid. Y aunque pueden decirme "esto es México, no Europa", estos conceptos deberían ser universales, deberían aplicarse en escuelas, barrios, ciudades, familias de todo el mundo.
Uno no puede obligar a nadie a que piense de tal o cual manera, pero sí debería ser una obligación del gobierno el educar en la pluralidad. El gobernador de Jalisco puede estar en contra de las bodas gay, pero que lo exprese de la puerta de su casa hacia adentro (allá él y la manera en que educa a sus hijos en la intolerancia), no delante de un micrófono para que su desagradable comentario aparezca en todos los medios de comunicación.
La homofobia encierra a las personas en roles de género rígidos y estáticos que disminuyen la creatividad y la capacidad de expresión. Impide desarrollar vínculos en la intimidad, limita la comunicación y los vínculos familiares. Empuja a tener encuentros eróticos desajustados para demostrar "lo contrario". Inhibe la capacidad de apreciación de la riqueza en la diversidad.
Hoy en día, cuando tanto se habla del famoso bullying o acoso escolar entre chavos, hay que impedir que esta homofobia crezca en los colegios y los hogares. Numerosos adolescentes LGBTI sufren acoso por parte de sus semejantes a causa de su orientación sexual. Los alumnos que padecen este tipo de abuso en las escuelas o incluso dentro de su propia familia a través de hermanos o primos (no menciono a los padres porque hablamos de agresiones físicas y verbales entre chicos de edades parecidas, pero también se da el caso de que sean los progenitores quienes las provoquen), no se atreven a denunciarlo porque no quieren hacer patente que son víctimas de discriminación. Algunos logran superar los años de acoso, pero otros dejan la escuela, se ausentan de ella con frecuencia o toman medidas tan drásticas como el suicidio. ¿Y es eso lo que quisiéramos para nuestros hijos?
Evocar la homosexualidad en la escuela, en la casa, desde el gobierno no implica que uno sea homosexual ni estar haciendo proselitismo, lo mismo que educar contra el sexismo no es responsabilidad exclusiva de las mujeres ni educar contra la xenofobia es tarea de extranjeros. Todos deberíamos hablar sobre las diferentes orientaciones sexuales sin que nos diera "asquito", sino quitándonos prejuicios y tabúes.
No hay que olvidar que educar es, también, evitar en alumnos, escuchas, público, hijos, nuestros propios prejuicios morales. El respeto a las diferencias es un principio fundamental, y así se debería plantear en la educación de todo niño y adolescente (incluso del adulto que aún no lo ha comprendido). La homosexualidad debería ser vista como otro modo de vida normal, viable, y sería necesario ofrecer modelos positivos de homosexuales con el fin de que aquellos que lo son se reconozcan positivamente como gays o lesbianas o con el fin de aceptarlos como vecinos, colegas, profesores, amigos, padres o hijos.
¿Por qué no, en lugar de hacer comentarios que opongan de forma estéril los términos normal/anormal, el gobernador de Jalisco se pone a leer la obra de E. M. Forster, Virginia Woolf, Oscar Wilde, Jean Cocteau o André Gide, todos ellos homosexuales? ¿Por qué no analiza lo escrito por García Lorca o Kavafis mientras escucha a Tchaikovski para ver si le dan "asquito" las creaciones de estos grandes maestros? Sé que nunca lo hará y ése es uno de los grandes problemas: a muchos les da por menospreciar, por descalificar aquello que no conocen, aquello que no entienden.
Si nuestros hijos aprenden desde pequeños a despreciar aquello que es diferente o que pertenece a una minoría, a burlarse, a señalarlo y rechazarlo, no podremos esperar de ellos respeto cuando seamos ancianos. Tampoco sabrán cómo defenderse o pedir ayuda si en su juventud deciden ser darkies o emos o preppies. Criaremos chicos irrespetuosos con las personas de razas diferentes a la suya, con las mujeres. La educación en la diversidad no puede ser "a la antigüita", sino acorde a los tiempos modernos.
Los invito a que reflexionen al respecto y traten de comprender, si aún no lo han hecho, que la orientación sexual no es una opción y, por lo tanto, no puede ser elegida ni cambiada a voluntad. Aquellos que viven fuera del heterosexismo dominante en nuestro mundo también deben experimentar una vida afectivo-sexual con privilegios como lo es el matrimonio, y con el derecho de crear familias felices, aunque salgan del estereotipo al que estamos acostumbrados.
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